Así como la vida de un niño se define en gran medida por la familia en la que nace; sus vidas están profundamente impactadas por la calidad de la escuela donde crecen. La calidad de vida de un niño y la contribución del niño a la sociedad como adulto se remontan a los primeros años de vida. Desde el nacimiento hasta aproximadamente los 5 años, un niño experimenta un tremendo crecimiento y cambio. La investigación en neurociencia del desarrollo que muestra mayor plasticidad del cerebro en los primeros períodos sugiere que los programas de intervención comiencen lo antes posible. Si este período de la vida incluye apoyo para el desarrollo de las habilidades cognitivas, el lenguaje, las habilidades motoras, las habilidades de adaptación y el funcionamiento social y emocional, el niño tiene más probabilidades de tener éxito en la escuela y luego contribuir a la sociedad.
Las inversiones en el estado de salud y nutrición de los niños pequeños y en su desarrollo cognitivo tienen múltiples beneficios. Los beneficios van desde reducir directamente el número de niños que sufren de mala salud, a permitir que los niños disfruten de una vida más productiva como adultos, a mejorar la sociedad, por ejemplo, reduciendo las tasas de delincuencia. En esta breve nota describiremos algunos de los argumentos troncales que justifican la importancia de invertir en la educación inicial.
La educación en la primera infancia tiene el potencial de alterar permanentemente sus trayectorias de desarrollo y protegerlos contra los factores de riesgo presentes en su entorno temprano. A su vez, desde la investigación académica se sostiene que la necesidad de intervenir en contextos vulnerabilizados es aún más imperiosa. La desnutrición en edades tempranas, el exceso de enfermedades, la exposición a ambientes inseguros y la falta de estimulación dañan a los niños por el resto de sus vidas. La consiguiente falta de escolaridad (o incapacidad para aprender) los atrapa en la pobreza por el resto de sus vidas. Los programas de educación infantil tienen como objetivo prevenir este daño y evitar esta trampa.
Si bien los programas de desarrollo de la primera infancia rara vez se presentan como iniciativas de desarrollo económico, existe suficiente evidencia para argumentar que las inversiones bien enfocadas en el desarrollo del niño en la primera infancia producen altos rendimientos. El retorno de la inversión desde el desarrollo en la primera infancia es extraordinario, lo que se traduce en mejores escuelas públicas, más trabajadores educados y menos delincuencia. A su vez, la mayoría de los niños que se matriculan en la educación de la primera infancia tienen un mayor nivel de productividad durante su vida activa que sin esta educación.
Las sociedades no pueden prosperar si sus hijos sufren. Los programas de educación de la primera infancia son una buena inversión en el bienestar de los niños y en el futuro de las sociedades. Al romper el ciclo intergeneracional de privación, los programas de educación de la primera infancia son una herramienta poderosa para lograr el objetivo último del desarrollo: dar a todas las personas la oportunidad de vivir vidas productivas y satisfactorias para su felicidad y la de los que los rodean.
Ignacio Barrenechea- Miembro del Consejo Administrativo
Doctor en Estudios Educativos y Psicológicos